viernes, 17 de junio de 2011

Wednesday Comics o de como me alegraron el día




Por Crom y Mitra que no acabo de creermelo, veo en la red unas imagenes, la portada de un comic, curioseo, busco y me encuentro con un ejercicio de nostalgia pero de proporciones inmensas (cuando quieren estos yanquis hacen verdaderos prodigios). Wednesday Comics, un comic semanal, pero serializado a una página por personaje (recordando épocas preteritas cuando los periodicos americanos mostraban historietas que se tornarían míticas), autores sobresalientes y además en el tamaño de aquella época, aquellas sabanas de papel. Por todo ello, yo que ando un pelín desconectado de las novedades en los comics, ya hubiese merecido la pena descubrirlo, esto se publicó allá en los Estados Unidos de Norteamérica en el 2009, lo asombroso es que este mes sale a la venta en España una edición integral con el tamaño de los periodicos de aquí (algo menor que el yanqui) pero que pienso comprar en cuanto lo encuentre.


Y es que hacía mucho tiempo que no veía algo tan increible: Batman con guion de Azzarello y dibujo de Risso, Kamandi con Gibbons y Sook, Hawkman con Kyle Baker, Deadman, Superman, Green Latern, Metamorpho con Neil Gaiman y Mike Allred, Teen Titans con Berganza y Sean Galloway, Adam Strange con Pope, Supergirl, Metalmen con Didio, Jose Luis Garcia Lopez y Kevin Nowlan, Wonder Woman con Ben Caldwell, Sgt Rock con Adam Kubert y Joe Kubert, the Flash y Demon y Catwoman con Simonson y Stelfreeze. La lista es enorme e impresionante, pero me gustaria recalcar que de todas ellas, la que más me ha deslumbrado y hay historietas impactantes, la que más digo, es la de Kamandi: el último hombre en la Tierra, creado por Jack Kirby, esta versión actualizada esta escrita por Dave Gibbons y dibujada por Ryan Sook, y no puedo evitar verla y pensar en El Principe Valiente de Harold Foster, supongo que está más allá de la lógica, pero es un sentimiento feroz, no se expresarlo, y desde luego esta historieta es el máximo exponente, para mi, de todas ellas, pero las que estan detrás van muy cerca si fuese una competición.
La nostalgia a la historieta de otra época expresada con un ejercicio mayúsculo de aproximación a un formato que se fue y no volverá, al menos en papel. Me han alegrado el día.





Un día (cualquiera) en la red









martes, 14 de junio de 2011

Agenda de rupturas

Perramus de Alberto Breccia

U#24 junio 2002
Texto: Francisco Naranjo

1. UN ENCARGO ENVENADO
Un texto en el que se pase revista a los autores que, de una u otra forma, rompen, o han roto, la monotonía del lenguaje. Un listado de innovadores, una retreta de la vanguardia... Y, claro, todo razonado, ajustado a una tesis, como corresponde.
Una golosina. Uno de esos encargos que no le importa a uno encarar... Porque parece sencillo, porque se diría que lo ha escrito uno cien veces en su cabeza. Pero después viene la pantalla en blanco, los papeles garabateados con nombres y confusas consideracio­nes, la fecha de entrega que se echa encima. Y la eter­na pregunta: ¿por dónde empezar, cómo estructurarlo, pero quién soy yo para decidir quién rompe o deja de romper, y si se me olvida mencionar el nombre más evi­dente? Y también: ¿es tan necesaria, es siquiera importante eso que llamamos (una convención más) ruptura? ¿Y cómo la delimitamos: es cuestión de len­guaje, de temática narrativa, de grafismo, de formato? Y la cosa se sale de madre y la confusión se hace dueña del teclado, como de costumbre.

Los Kinder-Kids de Lionel Feininger


2. ARQUEOLOGÍAS
Rupturas... En 1906, Lionel Feininger amalgama en las planchas de su Kinder-Kids una serie de propues­tas plásticas directamente arrancadas de las vanguar­dias pictóricas europeas y las aplica a una narracióntan contaminada de surrealismo que vulnera cualquier convención y transforma su trabajo en algo único e irre­petible. En los últimos años de la década de los '20, Cliff Sterrett se lanza a experimentar con la forma en las entregas dominicales de su Polly and her Pals, crean­do unas planchas en las que la anécdota pasa a un segundo término y la torrencial inventiva icónica se erige en auténtica protagonista, legándonos imágenes de una modernidad tan radical que aún hoy resultan estimulantes y, por qué no, contemporáneas. Frank King fragmenta, en 1931, una vista general en una cuadrícula que le permite secuenciar una serie de acciones mínimas, manipular el tiempo e incluso vulne­rar a su antojo el orden de lectura de la plancha: es uno de los momentos álgidos de su Gasoline Alley, y muy poca gente ha llegado hoy tan lejos. En esa misma década, E.C. Segar elabora una fascinante ensalada de géneros en su Thimble Theatre, echando mano de todo tipo de referencias para construir una narración ágil en la que el humor y la observación cotidiana se dan la mano con la aventura y con un estilo gráfico de engañosa sencillez y aparente feísmo para construir una obra mixta y orgánica que aún hoy conserva la misma frescura que sedujo a los lectores de hace setenta años. La lista puede ser tan larga y prolija como queramos: Roy Crane y la mancha, el estilizado mini­malismo de Crockett Johnson, la poesía que Herriman


Valentina de Guido Crepax


podía crear con el rojo y el negro, con cuatro frases, con un ladrillo y una luna en forma de habichuela. ¿Rupturas? Nadie ha llegado más lejos que ellos, nadie ha experimentado más, nadie ha explorado más. El medio era joven, muy joven. Las fronteras no se habían defini­do aún y daba gusto pasearse por territorios
que no estaban todavía vedados: no hay más que contemplar los trabajos mencionados (y muchos otros de la misma época).
Después vino el comic-book, el refrito, la compartimentación de géneros y públicos. ¿Rupturas? Eisner infectó las páginas de su The Spirit de puro cine negro, para después saltarse unas cuantas barreras y contar cosas que no encajaban en el corsé de la época. ¿Más nombres? Quizá Alex Toth, por muchas razones. Jack Cole, John Stanley, el siempre excesivo Wolverton. Jack Kirby, sí, pero más por su trabajo en géneros como el romántico que por la cimentación que de lo superheroico hizo.
Krigstein, Kurtzman, Davis... la EC como laboratorio de nuevas fronteras. Crumb, sin duda: uno de los más grandes. ¿Más nom­bres? ¿No hemos citado a los Franquin, Bartolozzi, K-Hito, Bernet (el padre), Benejam, Coll...? Rupturas... Uno se pregunta hasta dónde llega la norma y dónde empieza ésta a vulnerarse. Si los nombres que quedan son los que rompieron... ¿no debería ser esa sub­versión la que quedase como norma, no deberían ser esos los mínimos?
Rupturas... Steranko y Crepax a uno y otro lado del Atlántico: fragmentación, tiempo no lineal, saqueo de motivos plásticos y narrativos ajenos (publicidad, cine, cartelismo), análisis de la forma, estilización. Son tiem­pos vertiginosos, las pantallas de cine se dividen en dos, en tres puntos de vista simultáneos, el zoom con­vierte el prímerísimo plano en figura poética. ¿Faltan nombres? Seguramente... ¿Qué tal Carlos Giménez y su minuciosa exploración del tiempo narrativo? Y des­pués, la explosión de Moebius, su reivindicación de la imaginación libre. El Garage Hermético, la libre asocia­ción, la elaboración de un imaginario gráfico único, deudor de cien tradiciones y traidor de todas ellas por la vía de la desvirtuación, de la adaptación... La Historieta nunca será la misma después de Moebius, como no pudo ser la misma después de Eisner, des­pués de Steranko, después de Herriman.
Rupturas.

3. CERRANDO EL ENCUADRE
Pero no es para leer todas estas consideraciones confusas y a lo mejor ya muy sobadas para lo que a uno le encargaron el artículo, sino para pasarrevista a una serie de nombres de los que se ha hablado seguramente en otras páginas de este número (y en tantas otras anteriores). Nombres de aquí, claro. Nombres, en algunos casos, alejados ya del medio por distintas razones.
En España, parece que hablar de vanguardia his­torietistica es hablar de los años '80, de Cairo y, sobre todo, de Madriz. No sin razón, desde luego, pero da a veces la impresión de que se desestiman trabajos, individualidades anteriores y hasta con­temporáneas. Algunos nombres están ya citados aquí (hay tantos...), otros son ajenos a esa corrien­te, si así podemos calificarla, de madrizleños, adlá­teres y añadidos. (Se me ocurre, sin ir más lejos, que tan radical en su serenidad e inteligencia es la obra de Montse Clavé como la de López Cruces... ¿Por qué nadie se acuerda de ella?). Pero, en cual­quier caso, bueno es tener una base a partir de la cual delimitar un poco el mapa de eso que englo­bamos como rupturas. Vamos a ello.
Repetir a estas alturas lo que Cairo o El Víbora fueron para el anquilosado mercado local hace ya dos décadas, sería pecar de reiterativos. La demo­lición de corsés narrativos y temáticos, la adscrip‑

Semaforos Verdes de Pilar y Montse Clavé


ción a fórmulas que, si bien recuperaban corrien­tes en su momento familia­res para el lector, llevaban tiempo abandonadas (el humor más o menos gam­berro, el costumbrismo, la aventura), la recuperación de nombres que habían desarrollado su trabajo en circuitos minoritarios (lo underground) o alejados del foco de interés del lec­tor de Historieta (la ilustra­ción y el tebeo infantiles). Todo conspiró para la apa­rición espectacular de un experimento como Madriz, que, con financiación pú­blica, podía permitirse el lujo de dar carta blanca a una serie de autores para que elaborasen propues­tas novedosas, rompedo­ras, personales. Sus pági­nas fueron caldo de cultivo para múltiples acerca­mientos al medio desde perspectivas inéditas, y fueron también punto de encuentro de disciplinas ajenas que contaminaron la plancha de pintura, de literatura, de cartelismo, de poesía... una hibridación que no siempre produ­jo resultados satisfactorios, pero que dejó un poso fundamental para entender la evolución de gente como Raúl, Del Barrio, Rubén, un poso del que posteriores generaciones han sabido alimentarse y que aún hoy da frutos sorprendentemente frescos.
Los años 80 son, en el mercado francés, de rein­vención de géneros (corre­mos peligro de columpiar­nos, ojo: resumir una déca­da con tanta ligereza, espe­cialmente si hablamos de algo tan diverso como la Historieta de nuestros veci­nos europeos, es casi una temeridad). Y si alguien lide­ra el pelotón es, sin duda, Yann, guionista prolífico empeñado en redefinir el medio desde presupuestos que entonces se llamaron posmodernos. En sus traba­jos hay siempre una auto-consciencia, un diálogo con el lector que se establece más allá del recurso fácil de lo metalingüístico, un diálo­go de tú a tú que enriquece notablemente el calado de sus historias, que se benefi­cian además de una mirada nueva (y a eso se reduce todo, a la postre), una mira­da inédita a la que no son ajenas la ironía y la multipli­cación de referencias. En Estados Unidos deconstruían por entonces sus cansados superhéroes con una serie de títulos (todos los conocemos) cuya influencia en el medio fue más formal que temática: Miller, Mazzucchelli...
Después llegó el manga con su gigantismo, su manipulación del ritmo, su gusto por nuevos formatos, su reivindicación de nuevos públicos... Una revolución


La Diosa Sumergida de Calatayud


no admitida por algunos que ha permeado, sin embar­go, la actitud de casi todo el mundo, su manera de con­cebir la Historieta y hasta el mercado. ¿Y qué queda ahora? Muchos hablan de crisis (otra vez), de muerte anunciada. Nuestros vecinos recurren a fórmulas clá­sicas (Trondheim y su corte de colaboradores), prolife­ran por doquier (incluso aqui) las pequeñas editoriales independientes empeñadas en ofrecer un producto cuidado y muy especifico, no siempre con vocación minoritaria. Y la vanguardia sigue sin aclarar sus fron­teras... ¿Son rompedores los monigotitos del citado Trondheim? No lo son, me parece, los de nuestro Calpurnio, que por otra parte sí gusta de forzar los lími­tes, las reglas, sí juega a experimentar. ¿Entonces?
Quizá sea ya hora de recurrir a la agenda, de elaborar una mínima lista de la compra que pueda servir al lector de hoy para orientarse un poco. Rupturas, en fin...

4. AGENDA DE RUPTURAS
Quizá el nombre que le viene a uno a la cabeza con más rapidez sea el de Federico del Barrio, un tipo que se desligó de influencias más o menos afrance­sadas y se adentró sin miedo en la elaboración de una obra arriesgada y personal en las páginas de Madriz. Una obra que se centró en la búsqueda per­sonal, en la introspección y en el constante desafío a las reglas no escritas del medio. Sus pequeñas histo­rias de desolación y amistad, sus reflexiones en tornoa la propia identidad y a la validez de la Historieta como vehículo comunicante, acabarán derivando en la invención de un alter ego, Silvestre, a través del cual llevará a cabo un fascinante trabajo de tanteo en busca de un nuevo lenguaje (recogido en dos libros: Simple, de Edicions De Ponent, y Relaciones, edita­do por Sinsentido, ambos en 1999). Su aportación más interesante, sin embargo, me parece que está en sus colaboraciones con Hernández Cava, donde aplica a la estructura férrea del relato de corte tradi­cional una interpretación tan respetuosa como libre y renovadora de los presupuestos de la puesta clasi­cista: Las Memorias de Amorós (cuatrp libros publi­cados por Ikusager en 1993), El Artefacto Perverso (Planeta DeAgostini, 1996) y La Conjura (Ikusager de nuevo, 1993). Y mientras Del Barrio rompe precisa­mente con su regreso a presupuestos clásicos, Raúl Fernández continúa, tras una serie de historias cortas muy notables en Madriz, una especie de permanente carrera de obstáculos en la que la experimentación gráfica, espectacular a menudo e inteligente casi siempre, amenaza permanentemente con eclipsar cualquier atisbo de narratividad. ¿Dos caras de una misma moneda? (A veces me da por pensar que a uno de los dos le vendieron una brújula trucada... si se me permite la broma.) Pero estábamos con nom­bres, con listados... Una bibliografía mínima.
Parece obvio: el caminante que quiera pasear por las callejuelas de Villa Ruptura debe proveerse de una


Garcés: En ángulo

serie de herramientas imprescindibles, sin las que se perderá sin remedio. Para empezar, convendría tener a mano toda la colección de la revista Madriz, una guía tan aleatoria como absorbente de nuevos territorios, de nuevos caminos, abiertos unos, condenados los más. En sus páginas hallará el lector a un Rubén espléndido, a López Cruces y a Victor Aparicio (clásico abierto a nuevos paisajes uno, inquieto e insular el otro: francoti­radores ambos, aún hoy trabajando, cuando lo hacen, en la emboscadura). A El Cubri, un equipo mítico que hizo más por la Historieta en este país de lo que nadie será capaz nunca de agradecerles (dos títulos bas­tarían para justificar mi afirmación: Sombras y Paisa).
(Además, no vendría mal tener a mano alguna de esas recopilaciones que Fantagraphics o Kitchen Sink han editado con la obra de Sterrett, Herriman, Winsor McCay o E.C. Segar. Porque en sus páginas está todo, el talento fundacional y el entusiasmo del pionero, la ele­gancia de quien inventa en cada trazo. Si hay, si hubo, ruptura, es ahí donde se puede encontrar. Está dicho ya, sí, pero nunca viene mal un recordatorio)
Calatayud y Micharmut, imprescindibles. El primero es la luz y la línea, la composición, la elegancia. Desde su época en Trinca insiste en la construcción de un rico imaginario respetuoso con el público infantil y, por extensión, con el lector adulto. Son muchos años, muchos títulos. Narrador incansable, iluminador de mundos coherentes, en 1997 publica un libro (El Pie Frito, editado por Camarasa y MacDiego) que supone una auténtica revelación: ilustración e historieta, texto e imagen, se superponen, colaboran, se mezclan sin someterse a normas preestablecidas, crecen de forma orgánica, se funden. Nadie ha llegado tan lejos. Micharmut, por otro lado, es la gramática de la búsque­da, la minuciosa orfebrería del lenguaje. En sus plan­chas se acomodan los hallazgos de un buen puñado de autores pretéritos, hallazgos que son desmontados, analizados y vueltos a engarzar con la sensibilidad deun miniaturista en permanente búsqueda... Buscar, sí, es una buena manera de difinir su obra. Buscar, definir, romper, rehacer. La realidad, el lenguaje (¿no son, acaso, lo mismo?), son un puzzle, un jeroglífico, un código. Reinterpretar.
Rupturas, pistas... Inevitable llevar en la mochila, también, algo de Carlos Giménez. (¿oigo el sonido de alguna vestidura al rasgarse...?) Paracuellos, desde luego. Y Koolau el leproso (ambos recientemente ree­ditados por Glénat). El gran Tha, uno de esos exiliados en el género humorístico, uno de nuestros dibujantes más delicados, uno de nuestros historietistas con más talento (y uno de los más personales). Garcés, otro gran olvidado, creador de un especialísimo mundo pro­pio, de una particular poesía visual. Ricard Castells, un minucioso emboscado que en ningún momento dejó de entregar páginas cuya delicadeza arranca el aliento, páginas arriesgadas, valientes y muy hermosas.
¿Más nombres? Hemos mencionado a Moebius y a Yann. Hemos dejado muy claro que los más arriesgados publicaban durante las primeras tres décadas del pasado siglo. ¿Hemos mencionado a Breccia, el rompedor permanente, el que avanzaba un paso por delante de cualquiera en cada nuevo título? Sergio Toppi, Dino Battaglia... ¿No es ya suficiente? Hay más nombres, pero esto acabaría conviniéndose en una suerte de sermón, un monó­tono recordatorio. ¿Hay, de verdad, más nombres? Ventura y Nieto, claro. Quizá una docena mas.
O quizá no sea necesario nada de todo lo anterior. Tal vez sólo haga falta tener los ojos bien abiertos para caminar por las calles de Villa Ruptura. Seria lo mejor, pasear con las manos en los bolsillos, la mirada recep­tiva y habiendo dejado los prejuicios en casa. Hablamos de Historieta, un medio que tiene la comu­nicación en sus entrañas. Lo importante es que nos llegue, que nos deslumbre. Lo demás... bueno, lo demás son palabras.

Adam Hughes



Un clasico, cualquier excusa es buena para ver dibujos de Adam Hughes, en este caso sus lápices, tan impresionantes o más que sus ilustraciones terminadas.