martes, 31 de diciembre de 2013

Avedon

 Marian Anderson, contralto. Fotografiada por Avedon en Nueva York el 15 de junio de 1955.

Richard Avedon es el mejor fotógrafo del mundo. Su legado es un portentoso friso del siglo XX a través de retratos de poderosos, artistas, modelos, obreros y marginados. En esta entrevista, el maestro repasa su obra, que puede verse ahora en España, y pronto en una exposición antológica en el Metropolitan de Nueva York.

Por Ignacio Vidal-Folch. Fotografía de Richard Avedon.


Loretta, Loudilla y Kay Johnson, presidentas del club de fans de Loretta Lynn (Colorado, 1983).


 Richard Avedon, nacido en Nueva York en 1923, es uno de los fotógrafos más extraordinarios de la historia. Durante 20 años de colaboración con revistas como Harper's Bazaar o Vogue dinamizó el concepto de la imagen de moda, al tiempo que desarrollaba su excelencia como retratista de celebridades de la política y las artes. Son iconos de atractivo magnético, difíciles de olvidar, el torso de Warhol lleno de cicatrices, el perfil de Bertrand Russell, los retratos de Beckett y de Bacon, la serie de retratos del padre del artista en los últimos años de su vida... Pero quizá la obra maestra de su prolífica carrera sea la serie In the american west (En el oeste americano): 752 retratos de gente anónima que realizó entre 1979 y 1984 viajando por 17 Estados de la Unión, y de los que ahora podemos ver una excelente selección en España: en verano, en la Fundación La Caixa en Barcelona, y a partir del 15 de septiembre, en la sede madrileña de la misma entidad. El 23 de septiembre, Avedon abre una exhaustiva retrospectiva de su obra en el Metropolitan Museum de Nueva York.

Algunos críticos le reprocharon en su día que usted, entonces conocido como exitoso retratista de las personalidades más distinguidas de su época, fuese tan cruel con la gente del pueblo llano...

Creo que maquillaje, retoques embellecedores, bonita iluminación, gente noble..., todo eso es mucho más cruel con la condición humana. Si le fotografíase a usted no haría que pareciese tener veinte años. Porque su belleza está en qué le ha pasado a su cara, a sus ojos.

'In the american west' fue un encargo del Amon Carter, un museo dedicado a la imagen del Oeste en la fotografía del XIX y el XX. Un encargo así, y con un plazo de cumplimiento de cinco años, es inusual, ¿no?

Yo he trabajado mucho por encargo y no se me han caído los anillos por eso. ¿No lo hicieron Goya, Velázquez?... Los grandes clásicos recibían encargos de los papas, de los aristócratas, y éstos querían aparecer un poco más guapos de lo que eran, y, aun así, a menudo los artistas se salían con la suya. Ahora bien, In the american west no fue exactamente un encargo. El Museo Amon Carter me proporcionaba dinero -hoy parecería una suma muy modesta-para gastos en película, viajes..., ni siquiera cubría el trabajo de mis ayudantes. Pero me permitía mantener mi estudio en Nueva York, y además el respaldo del museo fue muy útil para establecer contactos... Pero nuestro trato decía que si yo no quedaba satisfecho con las fotos, no tenía por qué entregarlas, podía romperlas, como he hecho en alguna ocasión. Y es que cuando empiezas no sabes lo que va a pasar, y yo no quería sentir que estaba haciendo un trabajo, que tenía que entregar un número determinado de fotos al cabo de cinco años. En cuanto a la crueldad, los que me la reprochaban eran los dueños de los ranchos, los téjanos acomodados. Quizá querían ver reflejada la belleza de John Wayne, del hombre Marlboro; eso es el Oeste para ellos. Y de hecho se visten así, y andan así... Por ejemplo, nuestro presidente, Bush, no camina como una persona, sino como un cowboy de película...

En efecto, esos retratos emanan dignidad. Incluso diría que sus vagabundos son los más elegantes y dignos que he visto nunca.

Gracias. Creo que la mayoría de esta gente es hermosa. A mí, por lo menos, me gusta.

¿Así que no se propuso desmitificar el Oeste?

No, no. Si fui al Oeste fue para salir del estudio; escapar del teléfono, de mis compromisos con las revistas con las que colaboraba. Podía haber hecho las mismas fotos en el Este, o en España. Podía haber titulado esta serie Stations to the cross [Pasos del calvario] y me hubiera ahorrado el malentendido de quienes vieron aquí intenciones antropológicas o de reportaje periodístico. Elegí el Oeste porque es mi país y porque quería trabajar con la clase obrera. También la hay en Nueva York, claro, subiendo a los rascacielos, etcétera, pero no hubiera desconectado. Así que en primavera me iba allá, y regresaba cuando empezaba a hacer frío y la gente se tapaba más.

Comentemos algunas imágenes. ¿Le parece? La de la presidenta y vicepresidentas del club de fans de Loretta Lynn es de las mejores y de las más tristes. Trata sobre la identidad y la imposibilidad de escapar de uno mismo. Estas tres mujeres quieren el imposible de encarnar a su ídolo... La de la derecha es la más simple de las tres, y la de la izquierda, la más lúcida e inteligente.

Una de las cosas que iba buscando es la gente que se compra un sueño. Porque todos los americanos compran un sueño de belleza. Y Loretta Lynn, una cantante country estupenda, representa a una chica del campo que se lo hizo. Es hija de un minero, han hecho una película sobre su vida. Y de estas tres mujeres, la de la izquierda (es la mayor y la más lista, tiene usted razón) dirige la organización. Un día decidieron dedicar su vida a Loretta Lynn. Viven en un rancho, comparten un pequeño dormitorio que tiene tres camas y tres tocadores. Cada mañana se levantan y se maquillan, porque a Loretta no le gustaría que no fueran bien arregladas. Nunca se han casado, porque han dedicado su vida a Loretta. Son raras y estupendas. Publican una revista donde difunden todas las noticias sobre su ídolo: "¡Loretta salió esta mañana y fue de compras al K-Mart!". Le han consagrado su vida, como si fueran monjas, y para mí la religión es algo que está vivo... Así que, en resumen, yo aquí estaba tratando con el sueño americano, y con sueños que empiezan a agrietarse, porque ya ve usted que estas mujeres ya no son adolescentes. Tomé las fotos hace treinta años y no les he seguido la pista. No sé si en el ínterin se habrán casado u organizado vidas propias, o si seguirán allí juntas. Me gustaría volver a verlas...


John Martin, bailarin. Fotografiado el 15 de marzo de 1975 en Nueva York.


Andy Warhol, artista. Fotografiado el 20 de agosto de 1969.


June Leaf, artista. Fotografiada en Nueva Escocia el 17 de julio de 1975.


 Lyal Burr, minero, y sus hijos (Utah, 1981). Emory J. Stowall, científico (Nuevo México, 1979).


Para usted hubiera sido fácil ridiculizarlas, pero es evidente que las respeta.

Oh, por supuesto. Mire, al principio de los sesenta, cuando yo era joven y estaba comprometido en el Civil Rights Movement [Movimiento por los Derechos Civiles], jugaba con algunos racistas a los que retrataba: bajaba el punto de vista de la cámara, buscaba la pose más patética, les hacía parecer grotescos. Y al mismo tiempo era consciente de que mis fotos eran caracterizaciones. Según avanzó el tiempo fui cogiendo más respeto a la gente, y vi que además todo aquello no era del todo honesto ni necesario: ellos se podían ahorcar solos, bastaba darles soga.

Veamos esta otra imagen: Lyal Burr y sus encorbatados hijos. Los parecidos familia¬res siempre son inquietantes, ¿no? Desindividualizan. Esta familia está satisfecha de sí misma y de su vida, aunque no se ve muy bien por qué...

La foto está tomada un domingo a la salida de misa, de ahí las corbatas. Él es un minero; los hijos, en cambio, han estudiado. Y haber podido pagarles la educación significa tanto para él, que nunca ha salido de la mina... En cuanto a los hijos, el de la derecha es extravertido, crédulo; pero fíjese en la mirada del otro: lo dice todo... Yo creo que todos nos tragamos a nuestros padres; al padre y a la madre. Nos los tragamos. No hay manera de evitarlo. Y luego los escupimos: cuando veo a mi padre saliendo de mí, cuando me pongo a hablar con mi hijo como él hacía conmigo, me cuesta creerlo. En cambio, todo lo que me gusta de mí viene de mi madre. Y para mi sorpresa, he heredado un montón de rasgos de mi padre, que era totalmente diferente a mí, que no tenía absolutamente nada de artista y con el que no tuve una relación fácil. Y creo que en esta imagen se ve todo esto. Pero la cosa es mucho más compleja: este padre y sus hijos resumen la historia de la especie humana; de la especie humana masculina, quiero decir, porque las mujeres son otro territorio, otro continente. Son siempre misteriosas y nos hacen nacer... Pero la relación entre hombres sí la entiendo. Entiendo las arrugas de la frente del padre, y me lo puedo imaginar, por ejemplo, cuando está borracho... ¿Sabe? Yo he trabajado como fotógrafo con muchos padres e hijos, y el 70% del trabajo consiste en elegir el modelo, quién puede expresar lo que yo soy, con quién puedo escribir mi autobiografía. Porque escribo mi autobiografía con las caras de otra gente, y, por tanto, no todo el mundo, no toda cara me sirve. Cuando encuentro la relación conmigo, puedo tomar la foto. Cuando no, no sale más que una foto de pasaporte.

¿Y este señor? Emory J. Stowall quiere adaptarse al mundo, pero no puede; es un neurótico de cinco bolígrafos y quizá está al borde de la psicosis.

¿Sabe usted lo que hace? Trabaja en Los Álamos y es un científico de la generación de Oppenheimer, en el equipo de investigación de la bomba atómica. Así que es un científico atómico a tiempo completo, ha vivido siempre en ese extraño lugar en medio del desierto de Nuevo México. Todos los problemas de la bomba, también los morales, quedan encarnados en este científico.

Hablemos de la foto de Ronald Fischer, el apicultor. Es la imagen del hombre casi invisible, el ciudadano común que sufre en silencio los mil pequeños y peligrosos problemas e insultos de la vida cotidiana, ¿no?

En esta foto trabajé tres días. Tenía una idea muy clara de lo que quería hacer y puse anuncios en revistas de apicultores buscando a la persona que necesitaba. Cuando di con él, le hicimos venir de Chicago, donde trabajaba en un banco además de ser apicultor aficionado. E hice dos fotos: en una se le veía sufriendo las picaduras de las abejas, como una máter dolorosa; la otra, más en plan budista. Elegí la budista, era innecesario poner más énfasis. Así que ya ve, el retrato está totalmente manipulado. Y quería que fuese así y que además fuese evidente, para dejar claro que todo esto es una creación, una ficción, no un documento. En cuanto a la metáfora de la foto, tiene usted razón. Pero déjeme que le pregunte yo por ésta: ¿qué ve usted aquí?

A un joven en el trance de hacerse adulto trabajando en estas cosas que hacemos los adultos para ganarnos la vida.

Sí, pero ¿qué más ve usted en su cara?

Es más blanda de lo que él quiere creer. Es casi la cara de una chica.

Ronald Fisher, apicultor. Fotografiado en Davis (California) el 9 de mayo de 1981.


B. Fortin, 13 años, pelador de serpientes (1979)


 Eso es. Está en el principio de convertirse en hombre. Así que parte de su cara, de su pelo, es femenina. Y si se fija en la serpiente, verá que parece una lira griega. Pero la esencia de la lira, de la música, son las tripas. Así que esta foto, que fue la primera que tomé de toda la serie, es puramente metafórica: alude a que en el interior del arte, de la música, está el dolor... En fin, todo esto son intentos de explicar que lo que estoy diciendo sobre la familia o sobre el hecho de hacerse hombre es verdad. Por cierto, que eso es lo estupendo y misterioso de la fotografía: que nunca puedes decir que lo que plasma no ocurrió. ¡Es evidente que ocurrió! Y es una colaboración entre el fotógrafo y el modelo, que produce una tercera cosa. La obra de arte requiere a una tercera persona. Y al final, cuando alguien en Barcelona o Madrid entre en el museo y vea estas fotos a tamaño real, podrá mirar a los ojos de esta gente tanto rato como quiera, y verla, lo que en la vida real resultaría demasiado embarazoso y descortés.

Fue usted de los primeros en fotografiar a los escritores sin sus estantes de libros ni sus pipas; a los militares, de civil...; a todos, sobre un fondo blanco, que es su marca de fábrica. Ese fondo blanco, herramienta habitual en la fotografía de moda, potencia la expresividad y energía del rostro o del cuerpo, pero también lo aisla. ¿Cuándo y cómo lo decidió retratar así, dejando al modelo rodeado de nada?

 Empecé a hacer retratos al mismo tiempo que trabajaba en moda. Se suele creer que primero me dediqué a la fotografía comercial y luego cambié a un trabajo más creativo o personal; pero, como le digo, fueron cosas que hice simultáneamente. Si observa usted mi trabajo en Harper's Bazaar, en 1956, ya lo hacía así. Y no quiero sonar pretencioso citando los grandes nombres, pero el existencialismo de Camus y sobre todo la dramaturgia de Beckett me han influido. Godot significaba para mí que el hombre está solo, sin ayuda. No me gustan los artificios de la luz bonita y la pose estupenda. El blanco ayuda a separar al personaje del resto. El gris, en cambio, protege, abraza, calienta, te hace emerger de la sombra a la luz; en fin, tiene otra anécdota, cuenta otra historia. En el blanco estás solo.

La otra característica evidente de su arte es el gran formato. Creo que también fue el primer fotógrafo en exponer sus retratos ampliados a tamaño natural e incluso superior...

Sí, a principios de los años sesenta. La cuestión de la escala es muy seria, y tiene que ver con la consideración con el espectador. En la vida no me gusta mirar a gente pequeñita, y tampoco me gusta contemplar las ilustraciones de los libros sólo para encontrar gente pequeñita. Cuando abro cualquier álbum de fotografía me parece que encuentro ahí una relacional artificial con el ser humano, y que la foto se convierte en arte. Al exponer los retratos a tamaño aproximadamente natural doy una oportunidad de que lo que es imaginación se haga auténtico, real. Ya no puede usted ignorarlos como obras de arte.

Usted se siente cercano a Antonioni en las películas, a Beckett en el teatro del absurdo... Después de cincuenta años escrutando rostros quietos, lo cual es ciertamente un extraño privilegio, ¿diría usted, como tantos filósofos, que el miedo y el deseo de reconocimiento son las pasiones básicas del ser humano?

En cuanto al miedo, es evidente, porque nos ponen aquí y luego se nos llevan... Pero el deseo de reconocimiento es más complicado. ¿Reconocimiento de qué? ¿De tu alma? Si ni siquiera sabes de ti mismo. Mucha gente se oculta de sí misma. No, yo diría que lo que la gente quiere, en general, es ser aceptada, ser consolada.

Ha publicado siete u ocho libros de fotografía, que ordena como narraciones dramáticas. Se observa un cambio radical de tono e intención desde 'Nothing personal', de 1964, hasta 'Autobiography', de 1993. El primero conduce a las fotos finales de es¬peranza, gente sonriendo, etcétera, mien¬tras que 'Autobiography' conduce hacia la parte tercera y final, que usted define como "la pérdida de todas las ilusiones".

El final positivo de Nothing personal, con niños, cielos grandes, etcétera, todas esas cosas bonitas en las que no creo, fue idea del escritor James Baldwin. Estudiamos juntos, ambos estábamos comprometidos en el Movimiento de los Derechos Civiles, y el objetivo de este libro, compuesto de mis fotos y un ensayo suyo, era llevar el ideario del movimiento a una gran audiencia. Pero no les interesó en absoluto. La cosa no funcionó. El caso es que Baldwin y yo queríamos deslizar al final un mensaje de esperanza para los trabajadores de los derechos civiles. De manera que no fui muy fiel a lo que yo creo que es la condición humana. Desde luego, no ha ido a mejor desde entonces.

¿Ha ido a fotografiar la 'zona cero'?

No. Algún día haré algo sobre ese tema, pero en el momento pensé: no te acerques por allí ahora, que te vas a encontrar a todos los fotógrafos jóvenes de América. En efecto, así ha sido, todos corrieron allí a buscar la mejor foto... Mire, en 1971 fui a Vietnam, donde me encontré con muchos fotógrafos que estaban haciendo un trabajo ciertamente estupendo. Yo esperé hasta poder retratar al Mission Council; quizá conoce usted esa famosa foto de la gente que dirigía la guerra. Cuando se publicó, todos dijeron: "Avedon vino, se estuvo mano sobre mano y al final sacó la mejor foto de la guerra" [risas]. Bueno, no era la mejor foto, pero al menos era mi visión. Creo que una de las cosas más difíciles es hacer crítica de la guerra y gran arte al mismo tiempo. Sólo Picasso lo logró con el Guernica.

Así que usted se toma su tiempo, luego toma la foto inesperada o reveladora. ¿Así hizo en 1957 el famoso retrato de Marilyn Monroe, en los antípodas del icono de Warhol, que ahora vuelve a exponer en el Metropolitan?

La que le saqué era una de las muchas Marilyn que ella era. En aquella sesión, aquí en mi estudio, bailó, cantó, flirteó e hizo de Marilyn durante varias horas. Luego, cuando llegó el inevitable bajón y estaba sentada como una niña en un rincón, sin expresión, me acerqué hacia ella y, viendo que no me negaba el permiso (yo no robo fotos), tomé esa imagen.

 Marilyn Monroe, actriz. Fotografiada en Nueva York el 6 de mayo de 1957.


También fue insólito su reportaje sobre la reunificación de Alemania en 1989: todos retrataron gente feliz y liberada al pie de los restos del muro, pero usted mostró un panorama de miedo y confusión.

Sí, bueno, se suponía que aquello era una celebración, una fiesta, pero yo vi allí otras cosas. En fin, tengo por costumbre mirar debajo de las celebraciones. ¿Qué es un aniversario sino un paso más hacia la muerte? No hay nada que celebrar. Es sólo otra tachuela en tu ataúd [risas].

¿Fue Capote importante para usted? Su primer libro, 'Observations' (1959), llevaba textos de él, y usted le fotografió varias veces, así como a Dick Hickock [uno de los asesinos en los que Capote basó 'A sangre fría'] y a su padre, Walter.

Capote... llegó a Nueva York y empezó a trabajar al mismo tiempo que yo; teníamos la misma edad. Y fue atraído hacia el mundo donde a mí se me consideraba el gran fotógrafo de modas. A Truman, aquella gente le gustaba mucho. Era un tipo muy romántico en sus primeros relatos, y

Merce Cunningham, coreógrafo. Fotografiado en Nueva York el 17 de febrero de 1993.

 yo como lector no me identifiqué con él. A mí me interesó cuando escribía A sangre fría. Socialmente, ambos formábamos parte del mismo mundo; había un grupo que venía del sur, Tennessee Williams, Truman Capote, Carson McCullers, todos el mismo año... Al mismo tiempo que emergíamos Diane Arbus, yo y otros fotógrafos. Pero Truman no se interesó por la Guerra Civil española, no era de izquierdas, no era nada político. Pero era un artista. El caso es que me dijo: "Tienes que coger la cámara y venir a Kansas a fotografiar esto", y yo respondí: "Por supuesto", y fui dos veces, porque el crimen era mi tema. Creo que la revista Life publicó esas fotos.
Y en cierto sentido, A sangre fría fue el principio de In the american west, porque aquellos dos asesinos forman parte del mismo mundo; Hickock y su padre se incorporaron a la serie, aunque tomé las fotos muchos años antes. En fin, Capote me gusta, pero no al mismo nivel que Beckett o Camus. El problema con Truman fue: demasiadas drogas, demasiado alcohol, y no entendió nunca su tema. Amaba a esas mujeres, amaba a esa gente rica y..., ya sabe qué le pasó. En cuanto a las fotos que le hice, la que está ambientada en Kansas tenía truco, era un poco "vamos a hacer la clásica foto del viejo y solitario camino...".
Y en cambio, el retrato que le hice, que era muy auténtico, él lo odiaba.

¿Alguien se ha negado a que le fotografiase?

Pocos. Nixon, por ejemplo. Lástima, estaba hecho para mí, pero no lo conseguí.

Es lógico, si era notorio que ideológicamente usted estaba en el otro lado...

Sí, pero, aun así, a menudo aceptan porque su secretario les dice que soy el fotógrafo que hizo a Jean Shrimpton o a Naomi Campbell, y les gusta ponerse en esa lista...

¿Por eso aceptó Kissinger?

Kissinger aceptó porque era un año de elecciones, yo estaba retratando a los candidatos y sus equipos, y él no iba a rechazar la publicidad que implicaba. ¿Vio usted un número de Rolling Stone de 1976 titulado 'The family'? Eran 79 retratos de la estructura del poder en América: políticos, editores, sindicalistas, banqueros... Es un documento alucinante, porque todo lo que está pasando ahora ya estaba allí, y allí están todos, empezando por el padre de Bush, el presidente, cuando era jefe de la CÍA... Y como único pie de foto figuraban sus respectivas entradas en el Who is who, ya sabe: a qué escuela y universidad fueron, de qué club son socios, con quién se casaron, de qué familia era la novia... Y si es usted un sociólogo o pensador, lee eso y encuentra las conexiones entre todos ellos. Por ejemplo, todos fueron a esa School of Economics en Londres, etcétera.

¿No es paradójico que el notario excepcional de su tiempo que es usted sea también el que pasó los primeros veinte años de su vida trabajando para 'Harper's Bazaar'?

Cuando yo empecé, en Harper's Bazaar publicaban los mejores escritores y fotógrafos, y era una maravilla estar allí. Mi padre tenía una tienda de ropa para mujeres. Yo había crecido con el negocio de la moda de mi padre y sus hermanos, con Vogue y Vanity Fair en mi propia casa. Mi madre y mi hermana eran mujeres muy guapas, y por mi casa a menudo pasaban mis primas, mis tías... Era un hogar lleno de mujeres. Y yo era como un espía de otro país: las observaba; las escuchaba hablar de belleza, de ropa, de cómo cazar a un hombre, que era algo muy importante..., mi padre estaba fuera trabajando. Y esa situación me llevó a estudiar las revistas de moda. Además, mi madre era una persona espiritual y me llevaba a ver películas rusas, chinas... Así que el equilibrio era muy bueno. Y también le gustaba vestirse, y la moda era el negocio de mi casa, así que empecé a ver también la ansiedad, la inseguridad subyacente a todo eso, y lo puse en imágenes... Lo que hice en moda fue bastante revolucionario en su momen-to. Ahora ya ha pasado a formar parte del lenguaje.

En estos 50 años, ¿qué gremio o clase de gente le ha dado más satisfacción retratar?

Mire, yo empecé retratando actores. Luego, directores de actores. Escritores. Gente de Broadway. Novelistas. Y luego poco a poco me encaminé hacia cosas que para mí eran más misteriosas: mi padre, el Oeste..., y ahora en el Metropolitan... Va a ser una gran retrospectiva, y en ella hay de todo, y todo lo he organizado ya, menos la última sala. Es la última sala de mi vida, y me he parado a pensar qué retratos tenía que exponer en ella: ¿políticos?, ¿modelos?, ¿profesionales? ¿Qué es lo que creo que salvará al mundo?... No, no es buena manera de decirlo; más propiamente: ¿qué es lo correcto para mí, para darle mi arte y mi corazón? Bien, en esa sala sólo voy a poner artistas. Pensadores, escritores. No porque crea que vayan a salvar el mundo, el mundo está perdido de todas maneras, es horrible, no aprendimos nada de la Segunda Guerra Mundial. Todo aquello por lo que luchamos en esa guerra sigue funcionando en una u otra parte del mundo... Pero mi corazón está con todo el que trabaje con las artes. •

La exposición de una selección de 'En el oeste americano'se puede ver en la Fundación La Caixa de Barcelona y a partir del 15 de septiembre en la sede madrileña de esta firma. La retrospectiva de la obra de Avedon se inaugurará en el Metropolitan Museum de Nueva York el día 23 de septiembre.






Richard Avedon, en la actualidad, con 79 años, en su despacho-estudio neoyorquino.



El Pais Semanal nº1353 domingo 1 de septiembre de 2002

Los Nuevos Mutantes: Guión-Chris Claremont, Dibujante- Rick Leonardi





 Los Nuevos Mutantes nº49 publicado por Comics Forum en marzo 1990 de la edición americana The New Mutants vol.1 Nº52 y 53 publicado por Marvel Entertainment Group Inc. en junio y julio de 1987.












¡Feliz Año Nuevo!

Ilustración de Juanjo Guarnido año 1989

Un siglo de luces

"La buena-fama durmiendo", 1938-1939

 México entró entero en la pequeña caja negra de Manuel Álvarez Bravo. Reinventó el país. Descubrió lo nunca visto. Retrató desde azoteas, desnudos y objetos hasta personajes como Trotski, Buñuel, Kahlo o Rulfo. Una exposición en la Casa de América (Madrid) y un libro de fotografías celebran los cien años del artista.
Por Juan Villoro. Fotografía de Manuel Álvarez Bravo

"La hija de los danzantes". 1933

"El ensueño", 1931

Supongo que hay sitios donde las artes plásticas se exhiben en calma. En México, una exposición sólo es significativa si comienza con una tumultuosa verbena de mirones. El acto certifica nuestra doble adicción al jolgorio y a los colores y las sombras. Si se trata de una muestra de primer orden, a ese maremágnum donde los meseros practican el eslalon llega un hombre menudo, retraído, de piel casi tan blanca como el pelo y "apariencia y esencia ascética e invernal", como lo definió el poeta Xavier Villaurrutia. El abrigo y los guantes, inusuales en un país que se cree tropical, hacen pensar en alguien salido de otros fríos. Sentado en un rincón estratégico, el visitante observa a los que miran. Poco a poco se convierte en protagonista secreto del festejo. Los fotógrafos advierten su presencia y buscan la manera de retratarlo sin perder la discreción. Imposible acercarse al maestro con la vulgaridad de los paparazzi. Unos arriesgan disparos en diagonal, otros ensayan la toma furtiva del espía. Mientras tanto, Manuel Álvarez Bravo conserva su porte de testigo; ajeno al barullo, ejercita la distracción alerta, como si también ahí fuera el hombre tras la cámara. Una experiencia legendaria lo acredita en esta función. El pasado 4 de febrero, don Manuel cumplió cien años de mirar con la apasionada reticencia de quien sabe que el mundo hechiza a sus usuarios, pero sale movido cuando lo retratan con nervios crispados.

El lente de Álvarez Bravo fue pulido con un verso de fray Luis de León: "El aire se serena y viste de hermosura y luz no usada". En situaciones extremas -ante un obrero asesinado o en los andamios suicidas de los pintores de murales- mantuvo el pulso y la distancia para componer la realidad. Curiosamente, adquirió este temple controlado en una de las épocas más revueltas de la historia, la revolución mexicana (1910-1920), y el estimulante caos de los años subsecuentes. Las vistosas campañas de hombres ataviados con sombreros y carabinas coincidieron con los primeros años del cine y la fotografía. Álvarez Bravo se educó en el laboratorio social y óptico de una época que se reinventaba con voracidad, como si pusiera a prueba las posibilidades de ser captada en una película. En ese entorno explosivo no apostó a la grandilocuencia, sino al modo íntimo; se puso de parte de las cosas y encontró un laberinto inextricable en un colchón doblado y una épica desprevenida en los ciclistas que atraviesan una tierra yerma.

Amigo de Edward Weston, Tina Modotti y Paul Strand, Álvarez Bravo comenzó a fotografiar en 1922. Aunque no se especializó en la cacería de rostros, atrapó en forma indeleble a León Trotski, Frida Kahlo, Diego Rivera, Juan Rulfo, José Clemente Orozco, Luis Buñuel, entre otros personajes de una galería que no termina de arrojar sorpresas (recientemente, la revista Proceso recuperó un espléndido retrato de Katherine Anne Porter hecho en 1930).

En buena medida, el estilo de Álvarez Bravo depende de su diálogo con la pintura. Admirador de Murillo, Picasso y Matisse, tuvo la suerte de colaborar en 1929 con Orozco, Rivera y Siqueiros, los pintores de impulso titánico que usaron los muros de la ciudad como un lienzo para contar la historia del hombre desde el Big Bang hasta el porvenir donde las masas celebrarían su igualdad en folclóricas coreografías.

(Parcial) "Ventana a los magueyes", 1974

"Figuras en el castillo", 1920-1930

"Lucía", 1980

"Coronada de palmas", 1936


Don Manuel fue testigo de cargo del renacimiento artístico de los años treinta y cuarenta que buscó las raíces de la identidad nacional después de la guerra fratricida. Pero, al igual que Juan Rulfo, hizo algo más que atrapar las esquivas esencias de la patria: supo reinventarlas. El país cupo entero en su pequeña caja negra; lo decisivo, sin embargo, fue que se reveló en forma única. En pueblos polvosos y sembradíos de cactáceas, el fotógrafo encontró la singularidad que, siendo tan genuina, nadie había visto.

Atento a los estímulos lejanos que estimulan lo propio, eligió la influencia de Cartier-Bresson en la fotografía y la de Einsenstein en el cine (compró la cámara de la película ¡Que viva México! y en 1934 filmó en Tehuantepec un ensayo cinematográfico que se ha perdido y requiere del apoyo de los turbulentos dioses de la zona para reaparecer). En 1939, André Bretón destacó en la revista Minotaure la principal virtud de la estética de Álvarez Bravo: en sus tomas, "toda casualidad parece excluida"; las azoteas, los desnudos, los objetos, comparecen como si sólo pudieran existir de esa manera.

Abundan los artistas que se han dejado imantar por sus imágenes. Octavio Paz y Carlos Pellicer entraron al cuarto oscuro de la poesía para revelar versos en homenaje al cazador de la nube blanca y los cielos de soledad. Luis Buñuel lo vio inventar diagonales de águila en el paisaje y le pidió que se encargara de la foto fija en el rodaje de Nazarín. El coro de sus entusiastas no ha dejado de crecer; a tal grado que su catálogo de exposiciones se parece a las intrincadas estelas que narran las dinastías mayas. Entre sus museos recientes se cuentan el Reina Sofía de Madrid (1996), el de Arte Moderno de Nueva York (1997), el Paul Getty de San Diego (2001) y el Bellas Artes de México (2002).

A propósito de las fotografías de Aget apuntó Walter Benjamín: "Casi siempre pasó de largo ante las grandes vistas y ante las que se llaman señales características; no así ante una larga fila de hormas de zapatos, ni tampoco ante los patios parisienses en los que desde la noche hasta la mañana se enfilan los carros de mano, ni ante las mesas todavía empantanadas y los platos sin ordenar que están allí por cientos a la misma hora". Algo similar ocurre con Álvarez Bravo; toma desprevenida a la normalidad y descubre el otro modo que las cosas tienen de ser ciertas. Una parvada sobrevuela el mar como una nerviosa caligrafía oriental; una blusa fantasma toma el sol junto a un brasero con tortillas; unos ángeles de yeso viajan en el camión de los peregrinos que comulgan con gasolina; una mujer posa desnuda, pero lleva vendas, no porque se haya lesionado (las diosas no van a los gimnasios), sino para demostrar que lo único mejor que la piel es el placer de desenvolverla como una fruta. Intensas y sencillas, las transfiguraciones se suceden hasta dar con una imagen que acaso las resuma a todas: una óptica distraída ofrece ojos en vez de lentes.

Villaurrutia comentó que Álvarez Bravo le recordaba a san Dionisio porque llevaba la cabeza entre las manos. Sus fotografías son atributo de la razón. Esto se confirma en su excepcional poética de la muerte. Álvarez Bravo retrata una tumba junto a una campana, un ataúd suspendido en el falso cielo de una funeraria (el título es elocuente: Escala de escalas), la barca que un Caronte de pueblo abandonó entre una corona de palmas en una orilla que conduce a un más allá cualquiera. En todos estos casos, la muerte llega para irse. Fugitiva, inapresable, está ahí sin triunfar del todo; se transforma en el sonido de una campana, en la ascención de un ataúd vacío, en el cuerpo que escapó a nado, lejos de la barca fatal. Las fotografías de Álvarez Bravo se nutren de una tristeza rebelde: lo que se acaba, sobrevive.

El decano de la fotografía mundial vive al sur de la Ciudad de México, en una dirección apropiada para las revelaciones. La calle se llama Espíritu Santo. El principal instrumento en su mesa de trabajo es la navaja Gillette, símbolo de quien le saca filos a la luz. Las artesanías que decoran su casa confirman una estética. Elena Poniatowska, visitante asidua del Estudio Azul de Álvarez Bravo, comenta al respecto: "Todos esos objetos humildes podrían hallarse a la vuelta de la esquina, en la choza de cualquier campesino: son populares y, a la vez, altamente sofisticados".

El desordenado inventario de todos los campos, todos los cuerpos y todos los enseres reserva unas cuantas opciones alucinadas. Manuel Álvarez Bravo ha dedicado su siglo a encontrarlas. Un aforismo de Gilberto Owen resume los trabajos de este excepcional punto de mira: "El corazón. Yo lo usaba con los ojos". •

El libro de fotografía de Manuel Álvarez Bravo 'Cien años, cien días' está editado por Turner. La Casa de América (Madrid) presenta su exposición fotográfica a partir del día 13 de marzo. Luego se podrá ver, a partir del 25 de abril, en la Primavera Fotográfica de Barcelona.




Manuel Álvarez Bravo, fotografía de Daniel Aguilar


El Pais Semanal nº1328 Domingo 10 de marzo de 2002


LOBO. Guión de Keith Giffen. Diálogos de Alan Grant. Dibujos de Simón Bisley.



 A finales de 1990 publicaron una serie limitada de 4 números en los que el Ultimo Czarniano hacía suya la violencia y el humor.








domingo, 29 de diciembre de 2013

Otro año más. 2013




 No hay una razón especial para contarlos, los años, o si, pero puedo ver mezcladas imágenes con más de diez años con otras muy recientes y todas son coherentes con mi mundo-imagen. Curioso todo. Espero poder seguir haciendo y deshaciendo, mostrando un poco de todo, y sobre todo enseñarles algún día nuestra historieta de El Ojo de Melkart.
















Parodia inteligente




Epílogo

El aficionado al comic que quiera saber algo más sobre el medio que le gusta, sea por curiosidad o por tener intenciones de convertirse en profesional, lo tiene difícil. Apenas hay libros que traten decentemente el tema, apenas hay ensayos que expliquen bien cómo es un comic o en qué consiste. Hay libros de historia del comic que la mayoría de las veces se limitan a listar datos y desbarrar en una prosa vacía y artificiosa, ensayos semióticos que parecen escritos para iniciados que ya saben lo que van a leer, y prolijos listados donde se dice lo que es una viñeta o un texto de apoyo sin detenerse a explicar cuándo y por qué se utiliza uno u otro. Por supuesto, esto es a grandes rasgos pero hay excepciones: ensayos históricos bien hechos como El comic femenino en España, de Juan Antonio Ramírez, o textos semióticos útiles como el famoso Apocalípticos e Integrados, de Umberto Eco, pese a lo discutible de algunas conclusiones. Pero escasean, hay que buscarlos y no es muy fácil hacerlo sin conocer su existencia. Al final, el aficionado al comic que quiera saber más sobre el medio deberá recurrir a las pocas críticas razonadas que encuentre, a aprender idiomas para leer revistas extranjeras como Comics Journal o Cahiers de la Bande Dessinée y leer entrevistas con autores que piensan y meditan sobre las posibilidades del medio, como Alan Moore o Federico del Barrio. En resumen, hay que recurrir al autodidactismo. Los únicos libros válidos dedicados a la mecánica del comic que acuden ahora a mi memoria son Para hacer historietas, de Eduardo Acevedo (Editorial Popular), y Comics y Arte Secuencial, de Will Eisner (Norma Editorial). Yo no me siento con fuerzas para recomendar ninguno más. Por todo esto, la aparición en Estados Unidos del libro Entender el comic, de Scott McCloud, resultó todo un acontecimiento. Es un ensayo hecho en forma de comic donde se analizan los mecanismos y la historia del medio, se defienden las virtudes inherentes a este arte aún en pañales y se predica con el ejemplo al ser un comic muy bien hecho. Es un trabajo hábil e inteligente, perfectamente razonado y desarrollado. O sea, el libro que necesitaba el medio desde hacía mucho. Sorprendió, por tanto, la aparición de una parodia como Pirateando comics. Aunque Entender el comic tiene pegas y argumentaciones discutibles, no parecía presentar las suficientes como para justificar una parodia. Pero, una vez examinado el texto de Dylan Sisson, hay que darle la razón. Scott McCloud se pasó de mesiánico en algunas partes de su libro, buscando demostrar que el comic es un medio de comunicación más que válido. Algo innecesario y que, en ocasiones, resultaba excesivo.

Algo muy comprensible, por cierto. Todos los que amamos el comic tenemos tendencia a exagerarlo, a defenderlo contra viento y marea, a considerarlo el mejor de los medios. Y como, para colmo, suele ser un medio infrautilizado por la mayoría de los autores de comic, ese "mesianismo" nuestro es más extremado y exagerado. Sí, hay que agachar la cabeza y reconocer que Scott McCloud se pasó un poco. Dylan Sisson tiene toda la razón del mundo en su parodia y en su intención de dejar las cosas en su sitio, porque, además, es una parodia bien hecha, con muy mala uva, pero que no sabe disimular el hecho de que el autor disfrutó enormemente con el tratato de Scott McCloud. En estos tiempos de mala uva y odio viperino, resulta curioso ver cómo se parodia algo que se ama, ver cómo se defiende el objeto parodiado. El trabajo es tan hábil que Piratear el comic debería ser lectura obligada tras la de Entender el comic*. De hecho, casi deberían publicarse a la vez. Un logro poco frecuente y que dice mucho sobre esta respetuosa parodia.

Lorenzo F. Díaz

*Como así ha sido, ya que Ediciones B ha publicado este libro hace un mes.


Texto publicado como Epílogo en Pirateando Comics publicado por Editorial Planeta-DeAgostini en el año 1995

Inventarios


No conozco mejor biblioteca que la abastecida por el puro azar, el antojo, el capricho repentino

ANTONIO MUÑOZ MOLINA 28 DIC 2013

Dice Joyce que el azar se encargó siempre de suministrarle lo que necesitaba. Una imagen de Nueva York. / REUTERS

El año casi concluido es un cuaderno en el que ya solo quedan por escribir una o dos páginas; una habitación imaginaria y privada en la que se han guardado como en un gabinete de curiosidades todos los descubrimientos de estos 12 meses; uno de esos libros de registro en los que se ha anotado con cierto esmero caligráfico el inventario de cada uno de los libros leídos, los discos que se han escuchado, los cuadros y esculturas y fotografías delante de los cuales uno se ha ido deteniendo a lo largo de este tiempo. La memoria es todavía más frágil de lo que parece. Intenta recordar sin ayuda lo que has hecho estos últimos días y encontrarás sobre todo grandes espacios en blanco, horas borradas, encuentros que no han dejado huella. Conozco a personas codiciosas que anotan uno por uno los libros que van leyendo, las películas que ven. Yo me pregunto muchas veces, no sin tristeza, por la huella que me ha dejado todo lo que he leído, por lo que quedará de tantas páginas que recorrí muchas veces con una rapidez excesiva, por distracción o por el simple hábito de devorar lecturas, que se parece tanto, por lo compulsivo y poco saludable, al de devorar comida. Uno quiere creer que una parte de lo borrado de la memoria consciente forma parte de un suelo fértil que lo sigue nutriendo aunque no piense en él; una riqueza atesorada que ayuda a dar alguna forma de solidez a su vida, un fundamento a sus ideas y a sus impresiones. Pero también sospecha que, igual que hay demasiado de todo en cualquier ámbito del comercio y del consumo, también lo hay en estos mundos en apariencia más espirituales de las artes y los libros, y que la multiplicación abrumadora de la novedad puede llevar más al aturdimiento y a la ansiedad que al disfrute provechoso.

Quizás hay demasiadas cosas en ese cuarto privado del resumen del año, igual que las hay casi en cualquier habitación, en cualquier acera y en cualquier calle, demasiados mensajes en cualquier bandeja de entrada. Quizás uno ha querido glotonamente abarcar demasiado. Cómo se aprende a marcar limitaciones juiciosas, a contener apetencias irresistibles, que tienen en el fondo un arraigo infantil, una pulsión de deseo y felicidad que viene del tiempo en el que uno se quedaba delante de los escaparates mirando cosas que pertenecían a la realidad y estaban al alcance de la mano y a la vez eran tan fantásticas como si existieran en la cuarta dimensión de las pantallas de cine y de los espejos: álbumes de Tintín, trenes eléctricos, pistas de Scalextric. Con los años, a mí se me acentúan dos impulsos en permanente discordia. Por una parte, siento un deseo cada vez mayor de simplicidad; por otra, se me despierta una curiosidad cada vez más variada. Quiero viajar menos, tener menos cosas, trabajar en habitaciones más despejadas, enredarme en menos compromisos. Pero también me llaman la atención más cosas de las que me interesaban cuando era joven, y si eso hace la vida más entretenida y ensancha la diversidad de las aficiones y la lista de lecturas también contiene un peligro grave de dispersión, de superficialidad, de mareo.

Hace veinticinco, treinta años, casi lo único que me importaba de verdad era la literatura, o más exactamente las novelas. Leía novelas, las imaginaba, intentaba escribirlas. Lograba terminar una y me faltaba tiempo para ponerme a trabajar en otra. Me fijaba ávidamente en cómo estaban hechas por dentro las novelas de otros para aprender a escribir las mías. Con la excepción de Borges, mis héroes eran todos novelistas, una abrumadora sociedad secreta de maestros a los que rendía culto estudiando sus textos sagrados con una atención fanática. Cervantes, Dickens, Galdós, Faulkner, Onetti, Joseph Conrad, Henry James, Proust, Flaubert, lo más alto, el desafío perpetuo, la orgía perpetua. Luego llegaron Nabokov y Joyce, Philip Roth, Melville, Virginia Woolf.

Desde luego que todavía venero cada uno de esos nombres, y algunos más. Incluso creo que la admiración se vuelve más profunda según me hago mayor y descubro en ellos matices de la experiencia y de la expresión que de joven no supe advertir. Pero a lo largo del tiempo me he ido desprendiendo de aquel monoteísmo de la novela. Se ha ensanchado mi idea de la literatura, y el campo de mi curiosidad abarca ahora cosas en las que tardé mucho en reparar. Yo no sabía que del conocimiento de lo real se pudiera disfrutar tanto o más que de lo inventado. O como dice Richard Feynman, que haga falta un esfuerzo mayor de la imaginación para comprender lo que existe que para comprender lo que no existe. Si intentara un repaso de lo que he leído este año, es seguro que en la lista habría menos libros de ficción que de otras materias. El placer de sumergirse de verdad en una gran novela no se parece a ningún otro, pero yo he disfrutado igual de libros de historia, o de viajes, o de música, o de divulgación científica, o de ecología, o de memorias, de biografías de músicos o de pintores, de ensayos sobre las ciudades o sobre las religiones antiguas o el arte paleolítico. Algunos los he visto recomendados por ahí y otros, tal vez los mejores, los he encontrado por pura casualidad, mirando un escaparate o curioseando por los anaqueles de una librería, navegando por páginas improbables en las que una pista lleva a otra y una búsqueda obstinada llega al descubrimiento feliz de lo que no se sabía que existiera.

Dice Joyce que el azar se encargó siempre de suministrarle lo que necesitaba. “Soy como un hombre que tropieza; mi pie golpea algo, miro hacia abajo, y allí está exactamente lo que me hacía falta”. Yo no conozco mejor biblioteca que la abastecida por el puro azar, el antojo, el capricho repentino. Podría hacer el inventario del año exclusivamente con todo lo que he ido encontrando sin haberme hecho el propósito, y no solo en literatura, ni en lecturas, porque otra cosa que he aprendido con el paso del tiempo es que la lectura desconectada de la experiencia real de las personas y las cosas puede muy bien ser estéril. La mejor comida la he disfrutado en una fonda de Lisboa que nos encontramos dando un paseo por el Campo de Ourique. Saliendo de clase a las seis de la tarde cuando empezaban a alargarse los días al principio de la primavera he vuelto a casa en bicicleta por la orilla del Hudson cuando el sol poniente lo incendiaba de oro. En un mercadillo he encontrado un CD de John Coltrane que no escuchaba hace muchos años y me ha sobrecogido más que nunca, Africa / Brass. Yendo a comprar otro libro vi que había aparecido un nuevo ensayo de Ramón Andrés, El luthier de Delft, y no tuve más remedio que regresar de improviso a mis lecturas holandesas del año pasado, aplazando otras más urgentes. Y tengo sobre la mesa un estudio muy prometedor sobre el cerebro y el sueño...

Me justifico ante mí mismo diciéndome que todo esto acabará sirviéndome en mi propia escritura. Y aunque no me sirva, cuánto habré disfrutado.

www.antoniomuñozmolina.es

El Pais 28 de diciembre de 2013

José Ortiz, estajanovista del cómic



El creador de 'Hombre' y otros numerosísimos títulos míticos de la historieta era uno de los dibujantes españoles con mayor proyección internacional
ÁLVARO PONS 28 DIC 2013




José Ortiz, dibujante de cómic, en 2012. / TONI GARRIGA (EFE)

Tras la guerra civil, la industria del cómic quedó prácticamente limitada a la actividad que nacía desde Valencia y Barcelona. Pese a las penurias, los tebeos se reinventaron como cuadernillos de aventuras exóticas e imaginativas que favorecieron la evasión en un momento durísimo y, también, un curioso episodio de emigración interior: los dibujantes dejaban sus pueblos para intentar un lugar en las editoriales que despuntaban. José Ortiz Moya (Cartagena, 1932), fallecido el día de Navidad a los 81 años, fue uno de ellos, un joven dibujante que pronto encontró sitio en la editorial valenciana Maga, la editorial creada por Manuel Gago. Su impresionante capacidad para el dibujo se reveló inmediatamente, encargándose de multitud de series, como El Espía, el Capitán Don Nadie o El Duque Negro. A finales de los cincuenta, Maga se queda pequeña para su talento y comienza a trabajar también para Toray y Bruguera, con series tan recordadas como Sigur el Vikingo o Hazañas del Oeste.

Ortiz tenía una habilidad inhumana para dibujar y en los sesenta comienza a trabajar también para la agencia Bardon Art, que lleva su trabajo a Inglaterra o Italia. Pese a la cantidad de series que creaba, la calidad de los dibujos de Ortiz apenas se resentía, dejando un reguero de obras que fueron una carta de presentación perfecta para la editorial americana Warren. A través de la agencia de Josep Toutain, Ortiz comenzó a publicar en revistas míticas como Creepy o Eerie, convirtiéndose en el abanderado de todo un grupo de autores españoles que llegó a la editorial en los setenta (la llamada “invasión española”). Pese a que seguía trabajando para Inglaterra, Ortiz consiguió ser, de lejos, el autor más prolífico de las publicaciones Warren y uno de los más admirados, lo que le llevó a ser galardonado con el Premio Warren al mejor artista en 1975.

En los ochenta, en pleno boom del cómic de autor en España, Ortiz inició lo que sería una larga y fructífera colaboración con el guionista Antonio Segura, creando algunas de las series más recordadas de aquellos años. Con él, su habitual fertilidad creativa se multiplicó y consiguió que sus obras aparecieran casi simultáneamente en diferentes cabeceras: Hombre en CIMOC, Burton y Cyb en Zona 84, Las mil caras de Jack el destripador en Creepy… Incluso se atrevió con la edición en un proyecto singular: Metropol, una sugerente revista creada en cooperativa con otros autores como su sobrino Leopoldo Sánchez, Manfred Sommer o el mismo Antonio Segura.

Durante esta época se asentó la fama de su increíble capacidad para el dibujo, con infinidad de anécdotas que la confirmaban: desde la revista 1984 se ejemplificaba diciendo que si todos los dibujantes del mundo compitieran en realizar una ilustración de un grupo de exploradores escapando en un jeep por una jungla llena de animales, mientras un nutrido grupo de indígenas les perseguía con un volcán en erupción al fondo, el primero en acabar sería, sin duda, José Ortiz.

La brusca desaparición de las revistas en los noventa provocó que Ortiz volviera a dirigirse al mercado exterior, esta vez atendiendo a la llamada del editor Sergio Bonelli, que confió en él y en Segura para realizar algunas de las mejores entregas de una serie mítica en Italia, el western Tex. Sin dejar de trabajar para el editor italiano pese a su avanzada edad, en 2012 recibió el merecidísimo reconocimiento del Gran Premio del Saló del Còmic de Barcelona.

Es casi imposible hacer un listado de su inmensa obra pero, para muchas generaciones, José Ortiz está ligado indisolublemente a algunos de los mejores recuerdos que tenemos como lectores de tebeos.

El Pais sabado 28 de diciembre 2013

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Los diez mejores cómics de 2013



  • Una variada selección con una cosa en común, la calidad
  • Desde superhéroes al mejor cómic de autor
Ampliar fotoLos mejores cómics de 2013
Los mejores cómics de 2013
JESÚS JIMÉNEZJESÚS JIMÉNEZ 17.12.2013
En este 2013 la crisis también ha afectado al mundo del cómic que ha vuelto a reducir el número de títulos publicados pero a cambio ha aumentado el nivel de calidad de los mismos. Hoy por hoy  regalar un cómic es casi un valor seguro. Al contrario de lo que ocurre con el cine, por ejemplo, este año podríamos recomendar cuarenta o cincuenta títulos de gran calidad.
Pero la tiranía de las listas nos impone que sean diez por lo que intentaremos dar  prioridad a los títulos de autores españoles y a las novedades (no a las reediciones de material clásico). Además, también dejamos fuera los recopilatorios de viñetas de opinión, que juegan en otra liga. Y os recomendamos que sigáis la actualidad del cómic en nuestra nueva web El cómic en RTVE.es, en el blog de Viñetas y bocadillos y en los programas de radio La hora del bocadillo (Radio 3), Viñetas y bocadillos (Radio 5) y Fallo de sistema (Radio 3).  Esta es nuestra lista de los diez cómic imprescindibles de 2013(en riguroso orden alfabético)

'Blacksad 5: Amarillo'

Una de las novedades más esperadas del año ha sido el quinto álbum de Blacksad: Amarillo (Norma) una serie que arrasa en Francia y en Estados Unidos. Sus autores son el guionista Juan Díaz Canales, y el dibujanteJuanjo Guarnido, meritorios ganadores este año dedos premios Eisner (mejor obra extranjera y Mejor artista) por las aventuras de este gato detective que desde el año 2000 se ha convertido en uno de los personajes favoritos de los lectores.
En esta ocasión, Blacksad está cansado de tanta violencia y miseria a su alrededor, así que decide tomarse su tiempo antes de volver a casa. La suerte parece sonreírle cuando un desconocido le contrata para llevar su coche, un flamante Cadillac modelo Eldorado, desde Nueva Orleans hasta Tulsa. Pero las carreteras del sur son tan polvorientas como imprevisibles y sin quererlo, se verá obligado a atravesar los Estados Unidos de punta a punta para resolver un asesinato. Una apasionante aventura por la que desfilarán moteros, abogados, escritores malditos y hasta artistas de circo, siempre retratados por los fabulosos lápices de Guarnido, uno de los mejores dibujantes del mundo.
Un nuevo tour de force de dos de los mejores autores del cómic mundial. No os perdáisla entrevista que Díaz Canales concedió a Viñetas y bocadillos (Radio 5)

'Beowulf' y 'El Héroe 2'

Imposible dejar de mencionar los dos grandes trabajos de David Rubín de este año: El Héroe 2 Beowulf (con el guionista Santiago Garcia). Dos títulos, editados por Astiberri, que nos ofrecen dos versiones tan distintas como espectacaulres del concepto del Héroe clásico. 
Cuatro años de trabajo le ha llevado a David Rubíncompletar El héroe (Astiberri). Una obra monumental, de casi 600 páginas, que ha sido saludada por la crítica como una de las más importantes de la historia del cómic español y por el público como un cómic realmente espectacular, ya que combina una historia apasionante y que nos invita a la reflexión, con un dibujo y un color que alcanzan la categoría de Arte (con mayúsculas). (No os perdáis la entrevista que nos concedió David Rubín por El Héroe 2).
En Beowulf (Astiberri), el guionista Santiago García y el ilustrador David Rubín nos deleitan con el tebeo más espectacular del año una adaptación del poema con el que nace la literatura anglosajona y que, durante más de mil años, ha inspirado a generaciones de autores, desde J.R.R. Tolkien hasta un buen número de guionistas de Hollywood, como Robert Zemeckis que llevó la obra a la gran pantalla en 2007.  Una adaptación tan fiel como trepidante y espectacular. (No dejéis de leer la entrevista que nos concedieron Santiago y David).

'Creepy presenta: Richard Corben'

Como os comentábamos en la introducción no queríamos meter clásicos en esta lista pero Creepy presenta: Richard Corben (Planeta DeAgostini) es totalmente imprescindible, al igual que el tomo Creepy presenta: Bernie Wrightson (Planeta Deagostini)
Richard Corben (Misuri, 1940) es uno de los mejores, y más influyentes, dibujantes de cómics de la historia. Y su dominio del color todavía no ha sido superado. Su irrupción en el cómic norteamericano, en los años 70,cambió para siempre la forma de hacer tebeos y sus páginas a color fueron la primera losa para los populares colores de puntitos que imperaban en el cómic de la época. Aparte de ser uno de los artistas más imitados y reverenciados de los últimos cuarenta años.
Y ahora, por primera vez, se recogen al completo, los míticos cómics que realizó (en los 70 y 80) para las populares revistas de terror de la editorial Warren (Creepy y Eerie), en un volumen imprescindible: Creepy presenta: Richard Corben (Planeta DeAgostini), con una portada realizada por Corben para la ocasión, y que ha sido supervisado por uno de los mejores coloristas del mundo, el español José Villarrubia, que ha colaborado con el dibujante en numerosas ocasiones. (No os perdáis la entrevista con José Villarrubia).

'Cuento de arena'

Este año se cumplía el 23 aniversario de la muerte deJim Henson, el creador de Los Teleñecos, Barrio Sésamo y películas como Cristal Oscuro y Dentro del laberinto. Falleció el 16 de mayo de 1990, en Nueva York, a causa de una neumonía a la que no dio importancia. Solo tenía 54 años. Y el mejor homenaje a este gran creador es Cuento de arena (Norma Editorial)una novela gráfica basada en un guión suyo y de uno de sus colaboradores habituales, Jerry Juhl, que permaneció inédito y desaparecido durante 40 añosen los archivos de su compañía.
"Fue una maravillosa sorpresa, cuando la archivista de la compañía, Karen Falk, descubrió el guion original deCuento de arena. Fue como encontrar un tesoro escondido: no tan solo era el guion completo de un largometraje escrito por Jim Henson y su antiguo colaborador Jerry Juhl, sino que había tres versiones distintas... Nos propusimos crear esta novela gráfica como tributo a mi padre y a su prolongada colaboración con Jerry Juhl. Y me siento agradecida de que ahora, cuarenta años después de que mi padre lo plasmara en papel, sus fans pueden experimentar por si mismos su proceso creativo y explorar un increíble mundo visual" (Lisa Henson, directora ejecutiva de The Jim Henson Company).
Un guion que ha adaptado al cómic el dibujante canadiense Ramón K. Pérez, y que en 2012 arrasó en los principales premios del cómic americano: los Eisner (Mejor Obra, Mejor Artista y Mejor Diseño) y los Harvey (Mejor Obra y Mejor Historia). Además de obtener otros premios como el Foreword Reviews 2001 al mejor libro del año. (Aquí tenéis más información sobre Cuento de arena).

'Frank. El congreso de las bestias'

El ilustrador estadounidense Jim Woodring es uno de esos pocos autores capaces de crear su propio y original universo y que, además, sea tan fascinante como El de Alicia en el País de las Maravillas (aunque no tengan nada que ver). Ahora este particular universo se expande gracias a la publicación del cuarto volumen deFrank. El congreso de las bestias (Fulgencio Pimentel) en el que este autor "de artistas" hace que, sin diálogos,sus viñetas desgranen críticas voraces a través del humor.
Un cómic que ha sido nominado los últimos dos años a los premios del Salón del Cómic de Barcelona, en la categoría de Mejor Obra Extranjera, y que seguro que también repetirá el año próximo. Además, la Agencia EFE lo acaba de incluir entre los diez cómics de 2013. Y el anterior tomo de la serie, La cuerda del laúd, también fue incluído en la lista de esenciales de 2013 de la Asociación de Críticos y Divulgadores de Cómic de España (ACDCómic)
El tomo comprende El congreso de las bestias (Premio Especial del Jurado en el Festival de Angoulême de 2013) y Fran, que se publica en estas fechas en Estados Unidos, e incluye a modo de prólogo una serie de lienzos al óleo reproducidos a color y doble página. El díptico formado por estas dos novelas gráficas –impresionantes tanto por su calidad narrativa y su poder de sugestión onírica como por su derroche gráfico- ha sido ideado por el autor para ser leído en orden intercambiable y conformar una sola historia que añade nuevas dimensiones al icónico personaje cuya vida lleva alimentando más de veinte años.

'Ojo de Halcón'

El cómic de superhéroes del año, con el que el vallisoletano David Aja consiguió los premios Eisner a mejor dibujante completo y portadista (el cómic tambiéne staba nominado a mejor serie, mejor nueva serie y mejor guión).
David cree que el éxito de esta versión de Ojo de Halcón (Panini) se debe a: “Creo que hemos intentado hacer lo que nos gusta. El personaje nos encanta a mí y a Fraction, el guionista. Hay gente que dice que es fiel al clásico… otros que no… lo importante es que hemos hecho un cómic para todos los públicos, incluso para los que no les gustan los superhéroes. No tienes que haber leído nada antes para disfrutarlo, ya que hemos concebido cada cómic como una aventura cerrada, aunque haya algunas subtramas. Es un poco lo que había en los 70 con Kung Fu, El Caballero Luna o el Nick Furia de Steranko
“También recuperamos el espíritu de los años 70 a nivel estético, pero siempre teniendo en cuenta que estamos en 2013. Y queremos darle vueltas al concepto del formato. ¿Qué sentido tiene sacar un comic book de 20 páginas si estás pensando en una saga para recopilarla en un tomo de 300? Para eso saca directamente el tomo de 300. Queremos conseguir que el comic book tenga una entidad propia”. (Sigue leyendo la entrevista con David Aja).

'Paseo astral'

En una entrevista concedida al programa El ojo crítico(RNE)Max ha presentado el cómic que realizó para exponer en el stand del diario El País en ARCO 2013 y que saldrá a la venta este viernes: Paseo astral (La Cúpula). 56 paginas a cuatricromía "y no hay nada informático, el dibujo es sobre papel en blanco o sobre la página del periódico del día 2 de enero de 2013 y con collages hechos con las páginas del periódico pegados junto al dibujo", explica el primer Premio Nacional de Cómic (en 2007) y uno de los autores españoles más reconocidos internacionalmente en el mundo del cómic y la ilustración.
"Encuentro la inspiración en la realidad, en los periódicos o en mi cabeza" -asegura Max-, que en esta nueva obra combina dos temas ya clásicos en el arte: el creador en busca de la musa y el pacto con el diablo en el cruce de caminos, y con múltiples referencias, guiños y homenajes a la literatura, el cómic y las artes visuales.
Little Nemo in Slumberland (Norma), de Windsor McCay es uno de los grandes cómics de esa época, y también ha servido de inspiración a Max para este trabajo. "Es un guiño-homenaje a una de las cumbres de la historieta". (Sigue leyendo la entrevista con Max por Paseo astral).

'¿Quién le zurcía los calcetines al...'

¿Quién le zurcía los calcetines al Rey de Prusia mientras estaba en la guerra? (Norma Editorial) es una grata sorpresa de uno de los mejores guionistas del momento, el francés Zidrou (Lydie o La piel del oso) y un gran dibujante español que triunfa en Francia, Roger Ibáñez(Jazz Maynard). Ambos firman un cómic único, una historia tierna, minimalista y llena de humanidad que este nes de diciembre ha conseguido el premio a la mejor obra extranjera en Expocómic 2013. Un cómic que puedes regalar a cualquiera porqeu es tan bueno que no defraudará a nadie.
Cuenta la historia de la señora Hubeau, que solo tiene una preocupación en la vida, su hijo Micheal, un hombre discapacitado, de unos 40 años, que no puede valerse por sí mismo, por lo que tiene que estar pendiente de él en todo momento como si fuera todavía un niño.
Un tebeo que nos recuerda las cosas verdaderamente importantes de la vida y que nos emociona como pocas veces se consigue en el cómic. Y que confirma a Zidrou como uno de los mejores guionistas del momento y a Roger como un dibujante superdotado que nos deparará grandes cosas ene el futuro. Actualmente sigue con su exitosa serie Jazz Maynard (Diábolo) junto al guionista Raule.

'El rayo mortal'

Daniel Clowes (Chicago, 1961) es uno de los grandes del cómic actual gracias a obras como Gosth WorldIce heaven, Como un guante de seda forjado en hierro yWilson o Mister Wonderful, con las que ha creado un rico mundo personal con muchos elementos autobiográficos y ha conseguido premios tan importantes como el Eisner, el Harvey o el Ignatz.
Su nueva obra,  El rayo mortal (Reservoir books) nos cuenta la historia de un joven, Andy, que descubre que tiene poderes (cuando comienza a fumar). Armado con una pistola láser desintegradora y acompañado de su amigo Louie, tratará de convertirse en un auténtico superhéroe. Pero pronto descubre que la realidad no es en blanco y negro, como  en los cómics, y no tardará en abusar de esos poderes.
Una excusa como cualquier otra para introducir sus personajes marginados y marginales y desafiar las leyes de la narrativa en una intriga tan apasionante como inquietante, que os mantendrá en vilo hasta la última página. Una divertida y ácida crítica de los superhéroes y de la sociedad actual que a veces nos desconcierta y otras nos lleva a sitios donde los cómics no habían llegado antes.

'Saga'

Saga (Planeta Deagostini) es la space opera de de Brian K. Baughan que arrasó en los en los premios Eisner (mejor guionista, mejor serie nueva, mejor serie continuada), en los Hugo (mejor historia gráfica) y en los Harvey (en las categorías de guión, dibujante, colorista, serie nueva, serie regular y mejor número suelto.
En Saga seguimos la historia de Alana y Marko, una pareja que encuentra el amor entre el caos de la guerra galáctica y forma una familia con el nacimiento de su hija. Su objetivo: dejar todo atrás, arriesgando todo lo que tienen en su vida para traer una nueva a este peligroso y antiguo universo. Así empieza una de las odiseas más memorables del noveno arte.
Con un equipo creativo estelar integrado por el guionista del bestseller Y: El último hombre, Brian K. Vaughan, quien regresa al mundo de los cómics bien acompañado de la intensa ilustradora Fiona Staples, para desarrollar esta nueva y esperada colección de Image Comics, la editorial independiente más famosa de EEUU.

'Los surcos del azar'

Cinco años ha tardado Paco Roca (Valencia, 1969) en acabar en la que es su mejor obra hasta la fechaLos surcos del azar (Astiberri), en la que narra la historia de unos “héroes olvidados”, los republicanos que se unieron a "La Nueve", una compañía del ejército francés formada por 150 soldados, casi todos españoles, quetuvo un papel fundamental en la liberación de París.
Quería hablar sobre el exilio español -nos cuenta Paco- Sobre la odisea de los que tuvieron que huir de España tras la guerra y los diferentes caminos que tomaron en el exilio, en muchos casos marcados por el sufrimiento. De ahí el título que remite a un verso deAntonio Machado (“Para qué llamar caminos a los surcos del azar”. Y es que la muerte de Antonio Machado simboliza -para Roca- “El sentimiento del exilio español, la tristeza, el cansancio y la pérdida de ilusiones”.
“La Nueve -continúa Paco- era una compañía que formaba parte de la II División Blindada de la Francia Libre del General Leclerc, a la que se unieron porque para ellos la Segunda Guerra Mundial era lo mismo que la Guerra Civil española: la guerra contra el fascismo” (Sigue leyendo la entrevista con Paco Roca por Los surcos del azar)
Al final nos han salido doce pero, como os comentábamos, podían ser cincuenta. Destacar que los guionistas y dibujantes españoles sigen estando entre los mejores del mundo.
Fuente: