miércoles, 22 de febrero de 2012

Grendel Tales: Guerra de clanes por Darko Macan y Edvin Biukovic






Uno de los principales problemas que han tenido siempre los tebeos de guerra comerciales ha sido la falta de una personalidad definida por parte de los personajes, más allá de los cuatro arquetipos universales (el héroe, el secundario gracioso, la víctima y el adversario malo, malísimo). Por oposición, uno de los grandes logros de Grendel: Guerra de clanes es la palpable humanidad que rebosan todos y cada uno de sus personajes, prin­cipales y secundarios. Ya en la primera historia de las dos que componen el libro, Diablos y muertes, se apre­cia un esfuerzo notable por dotar a lo que se cuenta de una densidad especial. Por separado, las historias del monstruo que asuela los alrededores de Zagreb (sí, Agram es Zagreb, y los autores lo dejan claro en más de una ocasión) y la del fraticidio del Grendel-General no dejan de ser anecdóticas. Lo que les da toda su fuer­za es el orbitar alrededor de personajes tan sólidos como el de Drago, un guerrero con los días contados debi­do a que su cuerpo ha estado expuesto a unas radiaciones mortales y uno de los pocos reductos de cordura en un mundo en constante desintegración. Aferrado a sus tradiciones y habituado a utilizar la fuerza en últi­mo extremo (muy al contrario que sus compañeros, quienes han acabado por perder toda su humanidad en una espiral de muerte), Drago es el único capaz de percibir la violencia como el fruto de un proceso mimé­tico, y es también el único capaz de romper ese espejo vicioso, no en su encuentro con el temido monstruo, al que no consigue salvar, pero sí en la relación con su hermano, Goran, que prefiere seguir el camino del honor antes que el del asesinato, en oposición directa a Igor, el hijo del Grendel-General.
Esta oposición se acentúa aún más en La elección del diablo, historia más larga y elaborada en la que un Goran va crecido debe sobrevivir como puede en un mundo más embrutecido aún y en el que sus creencias apenas tienen sentido, lo que le condena a ser un eterno solitario; sobre todo después de haber visto la única posi­bilidad de alcanzar cierta felicidad desintegrarse entre sus manos debido, una vez más, a esa violencia mimetizada por los que le rodean.
Hay muchas otras cosas de las que podría hablar: del modo incisivo en el que se analiza la guerra en
Yugoslavia a través de los elementos de ficción, de lo bien que dibujaba Edvin Biukovic y de su prodigioso talento para la narración (puesto especialmente de manifiesto en esas maravillosas escenas intimistas), de la importancia que adquieren los pequeños detalles en el tapiz general, de la habilidad de los autores para con­tar una historia emi­nentemente violenta sin glorificar la violen­cia y de la admiración que me produce su capacidad para plante­ar reflexiones de pro­fundo calado sin resul­tar pedantes ni pesa­dos, sino solo brutal­mente sinceros. Pero como apenas tengo espacio, será mejor que me calle de una vez; no sin antes rogaros que... ¡por la madre que os trajo, leáis este tebeo!
OSCAR PALMER


Revista U#20 junio 2000

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